
EL CONCEPTO DE CORRIDA FLAMENCA NACIÓ EN UN PROSTÍBULO
La Amara' fue una prostituta bellísima que en la década de los setenta regentó un prostíbulo en Salamanca. A 'La Amara' no se le conoció proxeneta que la explotara y era tan selectiva que rechazaba a quien no le llegara al alma antes que al cuerpo.
'La Amara' se encontraba agusto entre gente instruida y por la noche su prostíbulo lo transformaba en salón literario al que acudían los bohemios de la ciudad, poetas, cantantes, catedráticos de la universidad, bailaores...
Cuando la conocí, 'La Amara' estaba deslumbrada por un joven de Badajoz, Enrique Moreno, al que el banderillero Javier Ambel llama 'Tito Bolo'. Algo tendría. Sería por algo el elegido de la prostituta más bella de España. Casi cuatro décadas después de sus amores con 'La Amara' la descripción que de él hacen los de su quinta es para creer que Enrique Moreno fue, a su manera, un Porfirio Rubirosa, aquel seductor argentino que murió conduciendo un Ferrari deportivo en el Bosque de Bolonia, en París.
En su salón literario, 'La Amara' nos hacía de madrugada sopas de ajo con huevos, delicia gastronómica que compartí con el bailaor Antonio Gades y el escritor Pepe Caballero Bonald en más de una ocasión. Gades y Caballero Bonald se habían instalado en Salamanca para adaptar al baile el 'Don Juan Tenorio', la obra cumbre de Zorrilla.
Por aquél entonces el club nocturno de moda en Salamanca era la 'Coquete', propiedad de un hombre generoso al que paradójicamente se le conocía como 'Pepe el gánster'. Aficionado al flamenco, 'Pepe el gánster' le hizo un contrato para el invierno a Bambino, el genial rumbero de Utrera.
Bambino era un habitual en el salón literario del prostíbulo y cada madrugada 'La Amara' hacía un corro con los asistentes para que Bambino me cantara mientras yo toreaba de salón.
Hablé con Bambino madrugadas enteras de la entonces utópica corrida flamenca. A la primera conclusión que llegamos fue ésta: el 'cantaó' de una corrida flamenca tiene que entrarle al torero con cantes cortísimos, casi solo con palabras exclamativas.
Muchos años después, cuando organicé con la gente de la Fundación Tagore el Festival de Badajoz en el que el Camarón le cantó a Curro Romero y José Mercé a Rafael de Paula, me enfrenté a un problema que no pude solucionar. Actuaron siete flamencos que cantaron y cantaron sin que lo justificara lo que iba ocurriendo en el ruedo. Sólo Chiquetete, que es aficionado formidable, lo entendió y se negó a participar.
Meses después del Festival de Badajoz, fui el autor de la corrida flamenca de Mérida. La primera de la modalidad celebrada para que el gran Emilio Rey tomara la alternativa de manos del maestro José María Manzanares, con Juan Mora de testigo. La cartelería con la que anuncié el espectáculo fue del pintor colombiano Fernando Botero que en un encuentro en París me regaló los derechos de autor. Aquella tarde vivimos momentos sensacionales de intensa empatía entre el público y 'El Turronero', que estuvo cumbre cantándole por bulerías a Manzanares. 'El Turronero' cumplió lo pactado: poco cante, cantes cortos y protagonismo, el imprescindible.
Pero el problema que tiene la corrida flamenca que responde al concepto que se gestó en el salón literario de 'La Amara' sigue siendo el protagonismo de los flamencos, aunque sea mínimo. El público que presencia una corrida no mira a los músicos que tocan pasodobles, pero por ser una novedad se alejan de lo que ocurre en el ruedo para fijar su atención en el 'cantaó'. Pero si además el flamenco es buen aficionado, y todos lo son, peor. Todavía peor porque intuye el momento en que el torero puede estar glorioso para entrarle con el cante, con lo que el matador puede quedar huérfano de atención.
Así las cosas, el concepto que surgió en el salón de 'La Amara' no me vale, si bien no reniego de él. La corrida flamenca que hoy haría sería la que planeé con el genial Simón Casas para haberla realizado en la Monumental de Las Ventas, si Simón Casas hubiera triunfado sobre Chopera en su combate por empresariar la plaza de toros de Madrid.
La nueva corrida flamenca tendría argumento, contenido, añadido, dramaturgia y hasta un poco más de coreografía en el paseíllo. Lo haría con una cantaora, seducida de un torero al que desea seducir. Se la vería en el ruedo en el lugar donde termina el paseíllo, cantándole y bailándole durante el mismo. Finalizado el desfile desaparecería y sus cantes brevísimos se oirían en off.
D. B.
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